Abdelkamil Mohamed, presidente de la asociación de vecinos de la barriada Príncipe Alfonso
La reciente polémica desatada en la Gala del Deporte 2024 es solo una manifestación más de una problemática mucho más profunda que afecta a la sociedad ceutí. En un evento donde se esperaba celebrar el talento deportivo de todos los ciudadanos, ninguno de los galardonados ni de los miembros del jurado que los nominaba era un ciudadano musulmán español, es decir, un ceutí racionalizado. Esta realidad no es una novedad, pues, a pesar de que casi la mitad de la población de Ceuta profesa la religión islámica, esta parte significativa de la sociedad parece ser sistemáticamente excluida de los espacios representativos de la ciudad.
Este no es un caso aislado. Un hecho similar ocurrió en el 40º aniversario de la Confederación de Empresarios de Ceuta, donde tampoco se vio a ningún empresario musulmán entre los invitados, a pesar de que existen muchos empresarios musulmanes que llevan años contribuyendo al tejido económico de la ciudad. Estos actos no son solo pequeños deslices, sino que representan un patrón de exclusión y marginación que permea todos los ámbitos sociales y económicos de Ceuta.
En una ciudad donde las diferencias culturales, el clasismo y la desconfianza mutua son evidentes, la pregunta es clara: ¿Cómo podemos avanzar como sociedad si seguimos excluyendo a casi la mitad de la población? Los eventos como las galas o aniversarios importantes no son solo celebraciones, sino también reflejos de quiénes somos como sociedad. Y en Ceuta, estos reflejos muestran una fractura profunda que está lejos de sanar.
Esta exclusión no es más que la punta del iceberg de un problema mucho mayor. Si echamos un vistazo a los comentarios en redes sociales sobre las noticias locales, veremos un brutal enfrentamiento entre culturas, religiones y clases sociales. El choque entre la población de origen cristiano y la musulmana se siente en cada rincón de la ciudad, alimentado por décadas de prejuicios y desconfianza mutua. Las teorías y rumores que circulan agravan esta situación, desde aquellos que consideran que los musulmanes españoles de origen marroquí son traidores que cambiarían de bando a la primera oportunidad, hasta aquellos que creen que los musulmanes descendientes de los militares que combatieron con Franco se merecen ser marginados porque estuvieron en el «bando equivocado» en la Guerra Civil.
Estas teorías, por absurdas que parezcan, no son más que reflejos de las barreras mentales que existen en Ceuta. Muros imaginarios se levantan en la mente de muchos, y esos muros son luego reflejados en la propia estructura de la ciudad, dividiendo físicamente a las comunidades. Las zonas periféricas, donde reside la mayoría de la población musulmana, son testigos de altos índices de fracaso escolar, desempleo y carencias de servicios básicos. Y cuando alguien se atreve a poner el dedo en la llaga y señalar estas verdades, se le acusa de romper la convivencia.
Pero, ¿es esta convivencia realmente una realidad o es solo una ilusión que hemos creado para no enfrentar nuestros problemas? La convivencia imaginaria de la que muchos hablan se derrumba cuando observamos la realidad: Ceuta es una ciudad dividida, donde el progreso de unos pocos se construye sobre la exclusión de muchos. Las tensiones subyacentes que ignoramos o callamos no desaparecen, simplemente se agudizan con el tiempo, erosionando las bases de una verdadera convivencia.
Si queremos construir una Ceuta inclusiva, una Ceuta en la que todas las voces sean escuchadas y todos los ciudadanos tengan representación, debemos comenzar por enfrentar esta realidad. Solo reconociendo la exclusión y el prejuicio que atraviesan nuestra sociedad podremos empezar a construir un futuro más justo y cohesionado para todos.ncipe Alfonso